Investigadores españoles encuentran propiedades biodegradables para los deshechos de muchos alimentos
Aguacates sin hueso, piel de plátano comestible, sandías sin semillas. Estos alimentos pueden sonar a experimentos de laboratorio, pero cada vez son más frecuentes verlos en las estanterías de los supermercados.
Una revolución en la que España es pionera gracias a investigaciones como la que inició Antonio Heredia «hará ya al menos 14 o 15 años». Este investigador de la Universidad de Málaga y miembro del departamento de Biotecnología y Mejora Vegetal del Instituto de Hortifruticultura Subtropical y Mediterránea contactó por correo electrónico con Jesús Benítez del Instituto de Ciencias Materiales de Sevilla. A ellos se unió un conocido de ambos, José Alejandro Heredia-Guerrero. Antes de comenzar la aventura investigadora, Heredia-Guerrero fue doctorando de Benítez y del propio investigador de la Universidad de Málaga. Su vida profesional le ha llevado hasta Génova y hasta el Instituto Italiano de Tecnología.
Esta investigación comenzó hace más de una década, pero el germen está en 1989. Esa es la fecha en la que Antonio Heredia se topó con la cutícula vegetal. Este es el ingrediente principal del trabajo de este trío de investigadores. Una revolución que llega de desechar la piel de muchos frutos. Esta cutícula vegetal tiene una función importante y es preservar la planta de su entorno. «Es una especie de piel que protege», afirma. La investigación ha llegado a la huerta, que la ha trasladado directamente al laboratorio. En 2003 publicaron el primer artículo en el que exponían una metodología para obtener cutina sintética. «Nuestra cutina de laboratorio son semejantes a la de cualquier fruto, se aproxima un 90% y no está nada mal», comenta el investigador.
La creación de esta patente les permitió reproducir casi con exactitud un biopoliéster, «que tiene propiedades interesantes». Entre sus características, es poco permeable al agua, muy resistente y elástico en determinadas temperaturas. Además, es biodegradable. La cubierta de los tomates, esa piel que se desecha en la industria conservera o partidas en los invernaderos en mal estado, tiene una segunda vida. «Nosotros lo podemos aprovechar, es economía circular», asegura Heredia.
El proyecto de estos tres investigadores convierte la piel de muchas frutas en pequeños envases para productos de alto valor añadido. «No va a servir para hacer bolsas de plásticos o grandes recipientes, porque no hay tanta materia prima», añade Heredia.